El debate sobre la presencia del celular en el aula genera posturas encontradas. Para algunos, es una fuente inagotable de distracciones; para otros, un recurso pedagógico con gran potencial.
Frente a estas posiciones extremas, resulta necesario adoptar una visión equilibrada: no se trata de prohibir, sino de enseñar a utilizar los dispositivos con un propósito claro y bajo la guía de un adulto.
Como señala Furman (2021), la escuela contemporánea debe “enseñar a pensar en un mundo atravesado por la tecnología”. Excluir totalmente el celular no prepara a los estudiantes para un uso crítico y responsable de estas herramientas que forman parte de su vida cotidiana.
Ahora bien, la mera incorporación de Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC) en la educación no garantiza inclusión, calidad ni innovación si se sostienen prácticas pedagógicas tradicionales.
La prohibición, como advierten Suárez y Cano (2023), constituye una “solución simplista y la menos atinada”. La alternativa es una intervención educativa intencional, reflexiva y consciente.
El rol docente, en este contexto, debe evolucionar para transformarse en el de un facilitador de experiencias de aprendizaje significativas. Esto implica, como se plantea en el campo académico, “cuestionar la clase y cuestionarnos como docentes”, revisando el lugar que ocupan las tecnologías en la transmisión del conocimiento.

Los docentes estamos llamados a diseñar propuestas didácticas que promuevan la creación de contenidos digitales, la colaboración entre pares, la búsqueda y análisis crítico de información, y la aplicación de saberes más allá del aula.
Se trata de desarrollar competencias digitales complejas, que no se reducen al dominio de herramientas, sino que abarcan dimensiones cognitivas, comunicacionales y emocionales.
En este proceso, resulta fundamental fomentar el pensamiento crítico para que los estudiantes aprendan a evaluar la información disponible en línea.
Esta capacidad no surge del mero uso de dispositivos, sino de la mediación pedagógica de un especialista. El celular, en este sentido, puede convertirse en un aliado para buscar información, registrar observaciones, producir materiales o participar en actividades interactivas, siempre que exista una intención pedagógica definida.
La tarea docente, entonces, consiste en generar espacios de mediación que habiliten el desarrollo de competencias digitales junto con la capacidad de discernir, reflexionar y convivir en comunidad. El desafío, en definitiva, es pedagógico, no tecnológico.
Más que prohibir el celular, la escuela debe formar a los estudiantes en un uso responsable, crítico y productivo. La clave está en diseñar experiencias de aprendizaje que integren lo digital de manera significativa.
De este modo, el celular puede dejar de ser un enemigo de la concentración y transformarse en una herramienta al servicio del aprendizaje, siempre bajo la mirada y el propósito de un adulto comprometido.
* Por Verónica Navarro. Profesora y especialista. Docente Google