En tiempos donde la inteligencia artificial (IA) avanza a pasos agigantados y se vuelve parte de nuestra vida cotidiana, surge una pregunta recurrente: ¿la irrupción de la IA compite, entre otras cosas, con el rol docente? La respuesta, desde una mirada pedagógica y humana, es clara: no.
La educación, en su esencia más pura, es una práctica que trasciende la mera transmisión de información o el intercambio de datos; es una compleja red de vínculos, emociones, valores y experiencias compartidas que nutren el desarrollo integral de la persona.
Educar es mucho más queun intercambio de contenidos, preguntas y respuestas. Implica formar personas, acompañar procesos vitales, despertar curiosidades, construir confianza y brindar contención. Un docente es un actor esencial en la construcción de la identidad de los estudiantes, enseñando a convivir, a resolver conflictos y a pensar críticamente para convertirse en mejores personas y ciudadanos.
Esta dimensión va más allá de cualquier algoritmo. Un educador observa, escucha, interpreta los silencios y detecta las necesidades de aliento o comprensión de un estudiante.
La educación se sostiene en vínculos que están hechos de emociones, empatía y experiencias compartidas. La educación de calidad, en este sentido, no puede entenderse sin la profunda interconexión de estos factores humanos y relacionales.

La IA puede ayudar —y mucho— en tareas como organizar materiales, proponer ejercicios o generar recursos innovadores. Es, sin duda, una herramienta poderosa que abre posibilidades y que los docentes ya estamos aprendiendo a integrar. Sin embargo, la chispa que enciende el deseo de aprender, la palabra justa que alienta a no rendirse, la sonrisa que devuelve confianza, no pueden programarse.
Es innegable que la IA ofrece herramientas poderosas que pueden enriquecer significativamente la práctica educativa. Sin embargo, esta integración debe hacerse con un «soporte pedagógico que oriente y ofrezca sentido», y no como una adopción ciega o instrumental. Las tecnologías deben estar «al servicio de la propuesta pedagógica y no al revés». Los usos «transformadores» de las tecnologías digitales impulsan nuevas formas de enseñar y aprender que no serían posibles sin ellas.
Este enfoque lleva a pensar en las Tecnologías del Aprendizaje y el Conocimiento (TAC), que van más allá de la mera información y comunicación (TIC) para centrarse en cómo estas herramientas propician aprendizajes y generan conocimientos situados y significativos. Esto requiere que los docentes se conviertan en «facilitadores y guías», rediseñando la clase para que los estudiantes sean creadores de contenidos y participen activamente. Implica la capacidad de «agitar las mentes» de los estudiantes, cuestionando ideas convencionales y promoviendo el pensamiento crítico que la IA por sí sola no puede generar.
En un contexto de «disrupción» tecnológica, la figura del docente se reconfigura, para convertirse en un mediador complejo que debe «leer el presente» de sus estudiantes, comprender sus motivaciones y desacomodarlos creativamente para construir experiencias de aprendizaje significativas. Los profesores son quienes deben ofrecer «brújulas de sentido» en un mundo confuso e incierto, fomentando el trabajo colaborativo, la diversidad y la justicia social. Educar es acompañar en la construcción de la identidad, enseñar a convivir, a resolver conflictos, a pensar críticamente, a ser mejores personas y ciudadanos. Esa dimensión humana de la docencia —hecha de paciencia, compromiso y pasión— es insustituible.
En conclusión, la emergencia de la Inteligencia Artificial no debe verse como una amenaza, sino como una oportunidad para reafirmar y potenciar la esencia humana de la docencia. La educación del siglo XXI, en la era digital, es un desafío pedagógico que nos invita a «transformar, innovar y documentar» nuestras prácticas, reconociendo que «la verdadera transformación educativa seguirá ocurriendo en el encuentro entre personas». Es en este encuentro donde el conocimiento se vuelve experiencia, donde la palabra genera vínculos y donde la educación cobra su sentido más profundo y trascendente.
* Por Verónica Navarro. Profesora y especialista. Docente Google















